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jueves, septiembre 04, 2003

El Parque

Desde el comienzo del verano, cada vez que cruzaba el parque me daba cuenta del deterioro al que estaba sometido; las papeleras rotas, basura por todos los lados y desde hacia años se había convertido en el hogar de grandes bandadas de palomas, que picoteaban incansables los restos de comida grasienta.
Durante las primeras horas sólo los despojos acompañaban al parque vacio. Por las tardes la gente se amontonaba en los bancos. Desempleados bebiendo de sus latas y familias de inmigrantes serbocroatas eran los habitantes de este pequeño parque en medio de la ciudad.

A medida que el verano se iba apagando, el parque empezaba a despoblarse; al fondo casi siempre se veía una señora mayor apoyada contra un árbol sumida en sus pensamientos.
A veces la veía afanada en alguna tarea, alimentaba a las palomas, recogía las basuras.
El parque empezaba a tener mejor aspecto, incluso la ví usando un cepillo para amontonar las hojas, a falta de basura se había convertido en su nuevo trabajo.
Aquí y allá se veían pequeños montones de hojas, sus tonos marrones y rojos devolvían un poco a la naturaleza lo que los atascos y los bocinazos le arrebataban.

Supe una noche que aquella vagabunda dormía en el mismo parque haciéndose un ovillo dentro de un casita de juguete, que se monta a modo de tienda de campaña.
Las palomas la querían, no se asustaban de ella, y creo que incluso alguna favorita dormía en su compañía.
Su rutina de cada mañana era sentarse de cuclillas apoyada contra el árbol donde el sol aparecía primero para quitarse el frío de la noche.

Después de mendigar algún café en una taza caliente, se dedicaba a buscar pan en las basuras para ella y su bandada, al terminar se dedicaba otra vez a hacer montones de hojas.

Se mimetizaba tanto cuando estaba metida de lleno en su labor que era difícil el reconocerla, era como un pequeño duende que había adquirido el tono de la corteza de los árboles y su pelo grasiento era como alas de paloma.

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