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domingo, octubre 05, 2003

Jugando Al Monopoli Cósmico II
(El Cuento De Eduardo)

Rodamos el dado y salió el seis. Eduardo nos recibió con una sonrisa, le explicamos que andabamos un poco desenfocados , pero él era piloto viejo y sabía sobre las oleadas lisérgicas.
La última vez que le ví, él y su amigo Tino estaban preparando un viaje por la India sólo armados de mochilas, cuadernos, lápices y cheques de viaje. Así que le pregunté por la experiencia y nos contó una historia preciosa.

Tino y Eduardo decidieron explorar durante tres meses ese fascinante país que es la India, tomando apuntes e intentando conocer el máximo posible.
Llegaron a Goa, donde ver a tanto guiri era como a ver un pinguino en la plaza de la Revolución en la Habana. Huyeron asqueados de la zona que dominaban tranceros y malabaristas, estudiantes en su mayoria, que quemaban sus ultimas balas de rebeldía antes de meterse de lleno en trabajos de oficina.
Conocieron a Yi Min mientras ambos tomaban apuntes de un templo. Yi Min era una chica de Pekín que había decidido hacer lo mismo que ellos, viajar y dibujar todo lo que pudiese. Ella era valiente, a pesar de medir 1.50. Hay que serlo para viajar sóla sin conocer otro idioma que el mandarín, bueno, también chapurreaba un poco de cantonés, pero de poco le sirvió en la India.
Se acercaron a ella con la intención de comparar sus dibujos. Tino primero se enamoró de sus trazos, después de su persona. Yi Min supo ver mas allá de la coraza que Tino con su aspecto tosco ofrecía como tarjeta de presentación, y también se enamoró de él. Decidieron viajar los tres juntos durante algunas semanas, hasta que a Yi Min se le acabó el dinero y tuvo que volver a Pekín. Con gran tristeza se intercambiaron direcciones; Tino le regaló unas semillas de maría y un largo beso lleno de lagrimas.
Eduardo y Tino volvieron con los bolsillos vacios, cuadernos llenos de imágenes y un corazon roto.
Yi Min ni sabía español ni inglés, así que la única manera de comunicarse con Tino era a través de sus dibujos. En ellos le mostraba como las semillas que él le regalo se habían convertido en una matita; cada carta mostraba el crecimiento de la planta que de alguna manera era el símbolo de lo que sentían el uno por el otro.

Sentados en la acera una noche de verano, alguien nos dió un regalo, una historia que nos removió el alma.

Y oye, ¿volvieron a verse? Sí, y si te digo la verdad, todavía no me acostumbro a ver Yi Min montada en la vieja vespa de Tino, es como ver un pinguino en la Plaza de la Revolución en La Habana.

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