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jueves, octubre 14, 2004

La Motivacion Es Un Caiman Furioso.

Siluetas de odio dibujan tus palabras, letras clavadas en la epidermis que se van hundiendo a ojos vista. La piel, un pantano que traga cadáveres de gente que no pudo pagar sus deudas. Cerca de ese pantano a la entrada de una caravana se oye un banjo arpegiado, que lentamente va desgranando sus notas metálicas. Dedos callosos y fuertes presionan las cuerdas tensadas que obstinadamente se oponen a la vibración.
La luz de una hoguera emite unos tonos anaranjados que compiten con las primeras hojas de otoño. La melodía comienza a fluir pero solo la repetición la hará perfecta, el lo sabe así que practica con ahínco esas escalas que entran y salen como oleadas.
Solo al tocar ese viejo banjo el consigue dejar en blanco su mente.
A veces canta para a si, versos sobre sombras del pantano que una vez fueron hombres, cierra los ojos y se deja llevar por sus propios susurros.
Los caimanes se van acercando con sus andares torpes, como queriendo saber más sobre la historia de las sombras del pantano.
El, como si nada sigue tocando hasta que la ultima nota se funde con el silencio de la noche abre los ojos para encontrase con los caimanes con gesto inquisitivo.
Se oye una voz grave mas grave que la voz mas grave que hayas oído jamás “Y como sigue?”
Pálido volvió a coger su banjo y siguió tocando durante horas y horas. Sus dedos sangraban y aun así el seguía y seguía, vaciándose por dentro de ideas, sin nunca llegar al final, porque el final significaba ser banquete de caimanes. Los Caimanes no le quitaban ojo, al menor gesto de dejar el banjo, ellos se acercaban más haciéndole entender que se dejase de tonterías y que cantase hasta el último verso escondido en su cerebro.
Llegó el amanecer y el seguía dándole al maldito instrumento, resignado a una muerte segura se detuvo, dejo de tocar espero con los ojos cerrados a ser devorado. Nada. Temblando de miedo abrió un parpado y luego el otro. Los caimanes se habían ido, quien sabe desde hace cuanto tiempo. No sentía las yemas de sus dedos, costras de sangre seca cubrían sus ampollas. Se cubrió la cara y colgó su cabeza entre los hombros, derrotado.

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